Anoche vi al América que le gusta ganar juegos difíciles, de esos triunfos con sabor a un sufrido regreso. Y no era para menos, se jugaba el Clásico Nacional, el prestigio y el pase a la liguilla.
Vi también a las Chivas que querían salvar la temporada con una sola y significativa victoria. Para ello se fueron al frente y en varias ocasiones lograron vulnerar nuestra defensa, especialmente el lado derecho resguardado por Paul Aguilar. Varias otras ocasiones sus avances fueron rápidos y bien logrados con pocos toques al balón que a veces fue con dirección a nuestra portería que no puede estar en mejores manos que las del gran Agustín Marchesín.
Pero el América está hecho de victorias, de esas que cuestan, de esas que a veces son inesperadas. El América regresó y en 5 minutos definió todo en gran medida gracias a Mateus Uribe, que sigue siendo la pieza clave e inamovible del grato epicentro azulcrema.
El América ha construido su grandeza gracias a jugadores que saben levantar la mano en el momento oportuno como lo está haciendo Oribe Peralta, el mejor jugador mexicano de la liga, ese que nunca podrá tener Guadalajara.
El América ha tejido su hegemonía gracias a jugadores con carácter como el de Renato Ibarra que no quería dejar la cancha después de anotar el gol de la victoria. O como el de Darwin que quiere redimirse a base de talento y jugadas vistosas, y se vale, se vale agradarnos con buen futbol.
Anoche vi unas águilas que aspiran a lo más alto. Dirigidas y comandadas por el Piojo que no busca otra cosa que reafirmar que él y la azulcrema son tal para cual.