Fue el 24 de julio de 2011 cuando pisaste el césped de Santa Úrsula por primera vez y fue al 42′ cuando te hiciste presente por primera vez en las redes contrarias. Sin saberlo, fuimos testigos del inicio de tu historia.
Se vendría un torneo oscuro y tus goles eran la única luz de esperanza, que con los vientos de cambio no se apagaron, pues providencialmente seguimos cantando semana con semana tus anotaciones.
Y así seguiste ecuatoriano, marcando de todas formas, de cabeza, de derecha, de zurda, de penal, ante rojiblancos, azules y rayados; contra equipos del centro, del sur y del norte, todos los cronistas se acostumbraron a vitorear tu nombre una y mil voces.
Porque cuando ese camisa ‘11’ tomaba el balón y se enfilaba hacia el marco, no había defensa capaz de contenerte, capaz de descifrar esos movimientos en el área que dibujaban tu silueta impactando la bola.
Fue tu calidad y jerarquía la que arropó a un joven Jiménez, quien hoy triunfa gracias a las enseñanzas y consejos que le diste y si no fuiste el más carismático, tampoco el menos criticado, pero esas críticas las convertiste en goles y en cánticos con tu nombre.
Fueron 4 temporadas y 3 títulos de goleo donde al final contigo pudimos levantar un trofeo que costó lagrimas y años de esfuerzo, donde te vimos abrazar esa copa y correr con ella como niño por la cancha mojada del Azteca.
Partiste, pensamos que te veríamos triunfar en otra trinchera, pero en realidad tu destino estaba marcado y llegaste a otro equipo, uno celestial donde necesitaban un refuerzo, no quedó más que con dolor despedir a la figura, para que naciese la leyenda.
Eras tú a quien apuntaban tus compañeros mandando un saludo al campeón que está en el cielo.