El Estadio Jalisco vestía de manteles largos en el 2004, una edición más del Clásico Nacional se disputaba en territorio Chiva y en donde un jugador de origen chileno vistió de héroe.
El primer tiempo fue cerrado y al minuto 40 le ahogaron el grito de gol a Reinaldo Navia; en su primer encuentro como titular, Talavera tapó un disparo de “Chuy” Mendoza que recogió el rebote y sirvió más de medio gol a Navia para que de cabeza buscara poner adelante a los de Coapa. Pero de manera casi inverosímil, el nobel guardameta atajó el remate y le robó la gloria al 9 chileno.
Era un gol hecho, un trámite para alguien de su prosapia y calidad de cara al arco, pero el guardameta rojiblanco bajó la cortina.
Al 33’ del segundo tiempo el futbol acercaba al América a una nueva oportunidad, Jhonny García empujó a Cuauhtémoc, el ídolo de Tlatilco cayó en el área y el colegiado no dudó un segundo en pitar penalti.
En los pies del “Cuau” un cobro desde los 11 pasos era una garantía de gol, la tensión en el aire se podía cortar, el miedo que emanaba de la parcialidad Chiva era palpable y el cobro de la pena máxima se retrasó varios minutos; entre reclamos, discusiones y amonestaciones Blanco perfiló y nuevamente Talavera habría de robar la gloria del gol.
Gloria que parecía estar reservada para Navia, gloria que no iba llegar en la primera mitad, pero sí iba a hacerlo ‘in extremis’; en el córner tras el penalti atajado y tras el gran trabajo que había hecho, Talavera acusó su inexperiencia saliendo a cortar el centro de mala forma y yéndose de vacío, la pelota cayó perfecta para que Navia en su instinto de ‘Killer’ firmara de tijera la victoria en el Clásico Nacional, cómo olvidar aquel festejo extraño pero característico del goleador chileno.
Porque un genio del área te puede perdonar una, pero una segunda jamás, y eso era Reinaldo, un genio, el genio que decantó la balanza de aquel Clásico, el genio que nos llenó de goles, y goles son amores.